DOMINGO DE RAMOS: Jesús entra en Jerusalén


 Comienza la Semana Santa y recordamos la entrada triunfal de Cristo en Jerusalén. Escribe San Lucas. «Al acercarse a Betfagé y a Betania, junto al monte llamado de los Olivos, envió a dos de sus discípulos diciéndoles: "Vayan al caserío que está frente a ustedes. Al entrar, encontrarán atado un burrito que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo aquí. Si alguien les pregunta por qué lo desatan, díganle: el Señor lo necesita". Fueron y encontraron todo como el Señor les había dicho».

¡Qué pobre cabalgadura elige Nuestro Señor! Quizá nosotros, engreídos, habríamos escogido un brioso corcel. Pero Jesús no se guía por razones meramente humanas, sino por criterios divinos. «Esto sucedió —anota San Mateo— para que se cumplieran las palabras del profeta: "Díganle a la hija de Sión: he aquí que tu rey viene a ti, apacible y montado en un burro, en un burrito, hijo de animal de yugo"».

Jesucristo, que es Dios, se contenta con un borriquito por trono. Nosotros, que no somos nada, nos mostramos a menudo vanidosos y soberbios: buscamos sobresalir, llamar la atención; tratamos de que los demás nos admiren y alaben.

Aseguraba de sí mismo que era un burrito sarnoso, que no valía nada; pero como la humildad es la verdad, reconocía también que era depositario de muchos dones de Dios; especialmente, del encargo de abrir caminos divinos en la tierra, mostrando a millones de hombres y mujeres que pueden ser santos en el cumplimiento del trabajo profesional y de los deberes ordinarios.

Jesús entra en Jerusalén sobre un borrico. Hemos de sacar consecuencias de esta escena. Cada cristiano puede y debe convertirse en trono de Cristo. Y aquí vienen como anillo al dedo unas palabras de San Josemaría. «Si la condición para que Jesús reinase en mi alma, en tu alma, fuese contar previamente en nosotros con un lugar perfecto, tendríamos razón para desesperarnos. Sin embargo, añade, Jesús se contenta con un pobre animal, por trono (...). Hay cientos de animales más hermosos, más hábiles y más crueles. Pero Cristo se fijó en él, para presentarse como rey ante el pueblo que lo aclamaba. Porque Jesús no sabe qué hacer con la astucia calculadora, con la crueldad de corazones fríos, con la hermosura vistosa pero hueca. Nuestro Señor estima la alegría de un corazón mozo, el paso sencillo, la voz sin falsete, los ojos limpios, el oído atento a su palabra de cariño. Así reina en el alma».


¡Dejémosle tomar posesión de nuestros pensamientos, palabras y acciones! ¡Desechemos sobre todo el amor propio, que es el mayor obstáculo al reinado de Cristo! Seamos humildes, sin apropiarnos méritos que no son nuestros. ¿Imaginan ustedes lo ridículo que habría resultado el borrico, si se hubiera apropiado de los vítores y aplausos que las gentes dirigían al Maestro?

Comentando esta escena evangélica, Juan Pablo II recuerda que Jesús no entendió su existencia terrena como búsqueda del poder, como afán de éxito y de hacer carrera, o como voluntad de dominio sobre los demás. Al contrario, renunció a los privilegios de su igualdad con Dios, asumió la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres, y obedeció al proyecto del Padre hasta la muerte en la Cruz ( Homilía, 8-IV-2001).

El entusiasmo de las gentes no suele ser duradero. Pocos días después, los que le habían acogido con vivas pedirán a gritos su muerte. Y nosotros ¿nos dejaremos llevar por un entusiasmo pasajero? Si en estos días notamos el aleteo divino de la gracia de Dios, que pasa cerca, démosle cabida en nuestras almas. Extendamos en el suelo, más que palmas o ramos de olivo, nuestros corazones. Seamos humildes. Seamos mortificados. Seamos comprensivos con los demás. Éste es el homenaje que Jesús espera de nosotros.

La Semana Santa nos ofrece la ocasión de revivir los momentos fundamentales de nuestra Redención. Pero no olvidemos que —como escribe San Josemaría—, «para acompañar a Cristo en su gloria, al final de la Semana Santa, es necesario que penetremos antes en su holocausto, y que nos sintamos una sola cosa con Él, muerto sobre el Calvario». Para eso, nada mejor que caminar de la mano de María. Que Ella nos obtenga la gracia de que estos días dejen una huella profunda en nuestras almas. Que sean, para cada una y cada uno, ocasión de profundizar en el Amor de Dios, para poder así mostrarlo a los demás.
Mons. Echevarria

26 DE MARZO - JORNADA POR LA VIDA


25 DE MARZO: VIGILIA DE ORACIÓN DE FAMILIAS POR LA DEFENSA DE LA VIDA,
17:30h, Parroquia San Juan de la Cruz, Toledo.
Preside nuestro Arzobispo de Toledo.
Hay servicio de guardería.

19 DE MARZO - PATRIARCA SAN JOSÉ

"San José, guardián de Jesús y casto esposo de María, tu empleaste toda tu vida en el perfecto cumplimiento de tu deber, tu mantuviste a la Sagrada Familia de Nazaret con el trabajo de tus manos. Protege bondadosamente a los que recurren confiadamente a ti.Tu conoces sus aspiraciones y sus esperanzas. Se dirigen a ti porque saben que tu los comprendes y proteges. Tu también conociste pruebas, cansancio y trabajos.Pero, aun dentro de las preocupaciones materiales de la vida, tu alma estaba llena de profunda paz y cantó llena de verdadera alegría por el íntimo trato que goza con el Hijo de Dios, el cual te fue confiado a ti a la vez que a María, su tierna Madre.
Amén." (Juan XXIII)

"DONDE ABUNDO EL PECADO SOBREABUNDE LA GRACIA"

SAGRARIO Y SAGRADAS FORMAS PROFANADAS.

REPAREMOS LOS ULTRAJES A JESUS SACRAMENTADO


Reproducimos acontinuación la monición de entrada de la celebración de la Santa Misa del pasado domingo en la Parroquia de Calera y Chozas que nos ha remitido su Párroco como agradecimiento por la cercanía expresada por la Adoracion Nocturna de nuestra diocesis y los adoradores nocturnos.

El pasado jueves, día 8, a las 10 de la noche aproximadamente, este Sagrario que tenemos ahora abierto y sin luz fue profanado y nuestro Señor Jesucristo, al que creemos realmente presente en las especies Eucarísticas, sufrió el sacrilegio de los que se lo llevaron, dejando unas pocas ostias consagradas entre el suelo del presbiterio y el mismo Sagrario.

Querido D. Braulio: estos días hemos vivido dos experiencias muy intensas. Por un lado una gran, grandísima tristeza que nos ha hecho derramar no pocas lágrimas. Sabemos que usted, como nuestro padre y pastor sufre con nosotros y con los fieles de las otras parroquias de la diócesis que han pasado por este trance: Sonseca, Añover de Tajo, Cedillo del Condado, Seseña, Fuensalida y Santa María de Benquerencia en Toledo. ¡Que mal pagan los hombres tanto amor como el Señor nos tiene desde la Eucaristía!.

Pero el Señor sabe sacar bienes de los males y me es grato comunicarle la respuesta de fe, de fervor y de amor que este pueblo ha querido ofrecer al Señor en la Eucaristía, a esas mismas ostias que recogimos del suelo y que al final de esta Misa llevaremos en procesión por nuestras calles… no solo este pueblo: en estos días han sido muchos (miles me atrebería a decir) los que desde muchos lugares han querido comunicarnos su dolor asociándose a nuestra oración y deseos de reparación. No son sino la punta de lanza de un gran ejercito que está con el Señor, aunque los tiempos sean, como lo son, difíciles. Esta experiencia de Iglesia ha sido un consuelo para nosotros… ¡Cuánto más lo habrá sido para el Señor!.

Le agradecemos inmensamente su presencia entre nosotros. Con usted aquí nos sentimos fuertes para poder levantarnos y seguir adelante en el empeño de conseguir que venga a nosotros el reino del Señor y pueda llegar el día en que todos los hombres lo adoren y le glorifiquen, también los que lo crucificaron.

PROFANACION DEL SAGRARIO EN CHOZAS Y CANALES. TOLEDO

Ocurrió la noche del jueves 8. Entraron por la puerta principal del templo en busca de un objetivo claro, el copón. Según quedó el altar, todo apunta a que también intentaron llevarse el sagrario, pero estaba anclado y esto les dificultó la operación. No es la primera vez que pasa, ya son siete las iglesias de la provincia de Toledo que en tan sólo dos años han sufrido un robo como este. En el pueblo, nadie entiende cómo han podido hacer algo así.

Con tristeza recibimos la noticia de la profanción del Sagrario del la Paroquia de Chozas y Canales en la noche del dia 8 de marzo. El Santísimo Sacramento arrojado, tirado. Cristo otra vez insultado y despreciado.

Ofrezacmos oraciones al Señor y actos de reparación por esta ofensa.

ALABADO SEA EL SANTISIMO SACRAMENTO DEL ALTAR.

TEMA DE REFLEXION PARA EL MES DE MARZO

LA PENITENCIA  III
Absolución de los pecados y efectos de la absolución.

 “Cristo confió el ministerio de la Reconciliación a sus Apóstoles, a los obispos, sucesores de éstos, y a los presbíteros, colaboradores de los obispos, los cuales se convierten, por tanto, en instrumentos de la misericordia y de la justicia de Dios. Ellos ejercen el poder de perdonar los pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Compendio, n. 307).

Sólo los sacerdotes pueden perdonar los pecados en el nombre de Dios.

Perdonar el pecado en el alma del hombre, devuelve la amistad y la confianza con Dios, y hace posible que la eficacia de la gracia continúe actuando en la persona del pecador y que Cristo siga viviendo en su alma. Se entiende entonces que el sacramento de la Reconciliación -recibir el hombre el perdón de Dios- sea también un paso previo a la venida de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo a cada ser humano, a cada persona. Y se comprende también que la Eucaristía haya de ser recibida sin pecado mortal, para que el encuentro personal con Cristo pueda llegar a realizase y dar en el alma los frutos esperados: nueva fe, nueva esperanza, nueva caridad.

San Pablo da una clara admonición a quienes cometen el sacrilegio de recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo en pecado mortal: "Por tanto examínese a sí mismo cada uno y luego coma de aquel pan y beba del cáliz. Porque quien lo come o lo bebe indignamente come y bebe su propia condenación" (I Cor 11, 28-29).

Con la penitencia, con la Reconciliación con Dios, el hombre pecador no se hace “esclavo del pecado”.
Queda en condiciones de usar su libertad para que el pecado no se apodere de su espíritu ni eche en él raíces, y para que la gracia de la "nueva criatura en Cristo Jesús" siga creciendo y desarrollándose en él.
La "nueva criatura" no sólo vive en el espíritu. El hombre es persona, cuerpo, alma, espíritu, y, al transmitirnos la "participación en la naturaleza divina", Jesucristo ha querido subrayar esa unidad del hombre instituyendo un sacramento que toca directamente la fragilidad del ser humano.

“Los efectos del sacramento de la Penitencia son: la Reconciliación con Dios y, por tanto, el perdón de los pecados; la Reconciliación con la Iglesia; la recuperación del estado de gracia, si se había perdido (por el pecado mortal); la remisión de la pena eterna merecida a causa de los pecados mortales y, al menos en parte, de las penas temporales que son consecuencia del pecado; la paz y la serenidad de conciencia y el consuelo del espíritu; y el aumento de la fuerza espiritual para el combate cristiano” (Compendio, n. 310).

La absolución ha de ser recibida personalmente por cada penitente. Sólo cabe una absolución colectiva, a varias personas, en caso de inminente peligro de muerte; e incluso en esas situaciones, la Iglesia indica que quienes reciben así la absolución han de hacer “propósito de confesar individualmente, a su debido tiempo, los pecados graves ya perdonados de esta forma” (Compendio. n. 311).

Para facilitar que todos los cristianos podamos vivir con paz y serenidad este sacramento, en el que recibimos toda la gracia de la redención que Cristo nos ganó en el Calvario y en la Resurrección, la Iglesia ha establecido que “todo confesor está obligado, sin ninguna excepción y bajo penas muy severas, a mantener el sigilo sacramental, esto es, el absoluto secreto sobre los pecados conocidos en confesión” (Compendio, n. 309). Y la Iglesia celebra entre sus mártires, muchos sacerdotes que han defendido con su vida el secreto de la Confesión.

Junto a la paz y a la serenidad de conciencia, uno de los frutos más preciosos del Sacramento del Perdón no es del penitente, es del mismo Jesucristo: que en cada Confesión, en cada Absolución tiene la alegría de perdonar. “Más alegría hay el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa nueve justos”.

Cuestionario
¿Me confieso con cierta frecuencia y doy gracias de todo corazón al Señor, cada vez que recibo la absolución de mis pecados?

¿Le pido a la Virgen Santísima que me dé la fuerza de reconocer el mal que haya hecho, y que pierda la vergüenza de decir los pecados con toda sinceridad al confesor?