PLENO DEL CONSEJO DIOCESANO

El pasado día 27 de Noviembre, tuvo lugar en Ocaña el Pleno del Consejo Diocesano de la Adoración Nocturna Española de nuestra Diócesis, unido a una Jornada de Espiritualidad. 

Entre miembros de los Consejos y adoradores/as de las Secciones de Fuensalida,  Madridejos, Ocaña, La Puebla de Almoradiel, Toledo, La Villa de D. Fadrique, Villacañas, Villatobas y Yépes nos dimos cita unos 70 adoradores/as.

La jornada comenzó a las 09,45 h. con el rezo de Laúdes en el Templo Parroquial de “Sta. María de la Asunción”. Seguidamente, en los salones parroquiales, tras el breve saluda de los Presidentes de la Sección Local, D. Vicente López y Diocesano, D. Juan Ramón Pulido, el Rvdo. D. SANTOS GARCIA-MOCHALES MARTIN, adorador nocturno desde su niñez, natural de Ocaña y actualmente Vicario de la Parroquia de Villacañas, nos impartió una conferencia bajo el lema de “La Espiritualidad del Adorador Nocturno”.

Tras la invocación al Espíritu Santo y a la Santísima Virgen destacó que:

Es el Ideario de la Adoración Nocturna, compendio editado por la A.N.E., el que nos ayuda a vivir la espiritualidad de la misma, que nace de la Eucaristía, memorial del amor del Señor hacia los hombres. Los adoradores en nuestras vigilias prolongamos ese amor.
Ser adorador es un don, un regalo.
El Señor está pendiente de los que le siguen de verdad, no de si son muchos o pocos. El Señor no quiere cantidad, sino amigos “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6, 60-69).

Esta Obra no es nuestra, sino suya.

La primera característica es ser amigos del Señor, que se adueña de nuestro corazón “Permaneced en mi amor” (Jn 15, 9-11); “Vosotros sois mis amigos” (Jn 15:14)

En la noche de nuestras vigilias, permaneciendo en el amor de Jesucristo, El nos da a conocer el amor del Padre. 
En esas horas que nos entregamos al Señor, El nos santifica.

Son horas de lucha interna en las que tenemos que ofrecernos con El al Padre para luchar contra la “oscuridad”. Es a la vez hora de la gracia divina. En medio de nuestra debilidad el Señor nos hace fuerte con su presencia en la Eucaristía. Gracias y bendiciones que se convierten en entrega generosa.

No solo le acompañamos, sino que aprendemos de El a través de la obediencia y desde el amor, para hacerlo vida en nosotros ¿Que es lo que quieres de mi, Señor? ¡Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad! (Sal. 39). La Vigilia es por tanto una escuela de oración y entrega.

Esta entrega del Señor que recibimos la tenemos que devolver. Jesús nos llama a unirnos a esa oración universal: Oración Sacerdotal.

Como adoradores estamos obligados a que el mundo crea en Jesucristo. Debemos acudir a las vigilias sabiendo que el Señor nos escucha. Tenemos que tener un corazón abierto y agradecido.

Nuestra espiritualidad nace en Belén: “venimos a adorarlo” (Mt. 2,2) y postrándose lo adoraron  (Mt. 2,11). Le ofrecemos oración y sacrificio.

Desde el pasaje del ciego de nacimiento (Jn 9,35), también el Señor nos busca: ¿Crees tú en el Hijo del Hombre?…Creo, Señor. Y le adoró (Jn 9,38).
Hombre de poca fe, porque dudas; el Señor se nos presenta y nos acoge para que no dudemos de su presencia. Creo, Señor, pero aumenta mi fe.

Adorar al Señor con alegría. El Señor sale a nuestro encuentro y nos dice: “Alegraos”.

La adoración nos lleva a la misión: Id y haced discípulos (Mt. 28,19)…Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.

La Virgen, que aprendió a adorar a su Hijo en el alumbramiento, es la mujer eucarística, es el mejor modelo 

“Guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón” (Lc 2, 16-21).

Ella nos pone al Señor para que le adoremos.

Tras la conferencia se inició la Sesión Plenaria, con la lectura del Acta de la sesión anterior; informe por parte del Secretario Diocesano y lectura del estado de cuentas por parte de la Tesorera Diocesana y su aprobación por los miembros de los consejos. Seguidamente el Presidente Diocesano informó sobre el estado y la marcha de la Obra en nuestra Diócesis, con presencia de 28 Secciones y cerca de mil adoradores/as entre Activos, Jóvenes y Honorarios. Destacó la XXV Peregrinación Nacional de ANE al Santuario de Nuestra Señora de Fátima, con la participación de más de 3.500 adoradores/as de toda España, de ellos 69 peregrinos de nuestra Diócesis; la Vigilia Nacional de la ANE en Villareal (Castellón), donde reposan los restos de S. Pascual Bailón patrono de las asociaciones eucarísticas, con motivo del CXXV aniversario de su Sección Adoradora, con la participación de 51 Banderas venidas de toda España, de ellas 5 de nuestra Diócesis, y más de 700 Adoradores/as; la Solemne Vigilia Diocesana de Espigas y de acción de gracias con motivo del I Centenario de fundación de la Sección Adoradora de La Puebla de Almoradiel, con la asistencia de 49 Banderas y más de 300 adoradores/as, presidida por nuestro Arzobispo, D. Braulio y la Vigilia de Acción de Gracias en conmemoración del XXV Aniversario de ANFE en Oropesa, a la que acudimos 13 Banderas de ANE, también presidida por nuestro Arzobispo, D. Braulio, y el fomento de los turnos de jóvenes adoradores en Toledo y Talavera, así como del turno de Tarsicios en Madridejos, Talavera y Ocaña.

A las 13,30 h. tuvo lugar la Santa Misa en la Iglesia del convento de Sto. Domingo, de los PP. Dominicos, presidida por el Rvdo. D. SANTOS GARCIA-MOCHALES MARTIN. Tras la misma se expuso el Santísimo y se sacó en procesión por el claustro bajo del convento.

 Por la tarde, tras la comida compartida en el refectorio del citado convento, nos dirigimos al convento de San José, de las MM. Carmelitas Descalzas, en cuya iglesia se rezo el Santo Rosario. Tras el mismo se hizo una oración, responso y la ofrenda de un centro de flores, en un sencillo acto de homenaje en memoria de todos los Adoradores Nocturnos de nuestra Diócesis que generosamente dieron sus vidas por profesar su fe católica, al cumplirse el 75 aniversario de sus martirios. 

De nuevo en el Salón Parroquial, como fin de la Sesión Plenaria, se programaron los actos a desarrollar en el año entrante, en los que hay que destacar: Ejercicios Espirituales en Madridejos, los días 16, 17, y 18 de Marzo; XXVI Peregrinación al Santuario de Fátima, los días 18, 19 y 20 de Mayo; Congreso Eucarístico Internacional de Dublín: 10 al 17 de Junio; Vigilia Diocesana de Espigas en (por determinar), el día 16 de Junio; Vigilia Nacional en Baeza (Jaén), el día 30 de Junio; Jornadas Nacionales de la Juventud Adoradora en Zaragoza, (fechas por determinar) y Pleno del Consejo Diocesano y Jornada de Espiritualidad en Yépes, el día 16 de Diciembre.

La clausura y oración final de la Sesión Plenaria estuvo a cargo del Vicario Episcopal de la Zona, Rvdo. D. EMILIO PALOMO GUIO, que gustosamente quiso acompañarnos unos momentos y traernos el saludo de nuestro Pastor, D. Braulio.

Nos invitó a seguir alentando a los adoradores/as y a pedir en nuestras vigilias por las intenciones pastorales de nuestra Diócesis.

Terminada la Sesión Plenaria nos dirigimos nuevamente al Templo Parroquial en el que tuvimos una hora santa, con Exposición Mayor del Santísimo y el rezo de las II Vísperas. Terminadas estas, D. Santos, nos impartió la bendición con el Santísimo y tras el canto de la Salve a la Santísima Virgen se dio por terminada la “Jornada de Espiritualidad”, sobre las 19,00 h.

Fue una grata jornada para todos los asistentes, en comunión adoradora, que acudiendo a la llamada del Señor, y unidos por los mismos lazos de oración, meditación, contemplación y expiación, pasamos una jornada de convivencia y encuentro entre adoradores/as de diferentes Secciones y diferentes formas, pero con un mismo fin: Adorar al Señor en las horas de la noche.
Nuestro agradecimiento a la Parroquia, PP. Dominicos, MM. Carmelitas y  Adoradores/as de Ocaña, por su acogida y entrega.

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO.

En la famosa obra de Charles Dickens Cuentos de Navidad se narra cómo un hombre perdió la memoria de su corazón; de modo que había perdido toda la cadena de sentimientos y pensamientos que había atesorado; también los que tenían que ver con el dolor humano. Así, podría pensarse, se le ofrecía liberarse de la carga del pasado. Pero pronto se hizo patente que, con ello, este individuo había cambiado, pues, en efecto, el encuentro con el dolor ya no despertaba en él más recuerdos de bondad. Precisamente la bondad que antes manaba de su interior, y ahora le hacía frío y todo a su alrededor era frialdad.

También Goethe, el famoso escritor alemán, describe lago parecido: tras una larga temporada de interrupción por culpa de las guerras napoleónicas, la celebración de san Roque en una población llamada Bingen ya no era la misma. La gente, aunque se agolpaba para ver la imagen del santo, no toda reaccionaba de la misma manera. Los rostros de los mayores y de los niños estaban iluminados y reflejaban la alegría del día festivo. Pero los rostros de los jóvenes eran diferentes: pasaban éstos por el lugar sin emoción, indiferentes, aburridos.

¿Qué explicación daba Goethe a esta diferencia de emoción? Esos jóvenes, nacidos en tiempos difíciles y de guerras, no tenían nada que recordar y, por eso, tampoco nada que esperar. Tal vez sólo quien puede recordar puede también esperar; quien nunca ha experimentado el bien y la verdad los desconoce y no se alegra. Sabemos que cuando logramos despertar incluso en alguna persona poco esperanzada el recuerdo de una experiencia de bien, esa persona puede nuevamente estar en condiciones de creer en el bien, y aprender a esperar de nuevo. Memoria y esperanza forman sin duda una unidad fuerte.

¿Valdrán estos relatos de Dickens y Goethe para este momento en que vivimos? Desde luego que a quien se le ha borrado la memoria del corazón, por ejemplo, por un engañoso espíritu de falsa liberación, ¿cómo convencerle de que hay esperanza? Cuando leemos con cuánto pesimismo mira una parte de nuestra juventud hacia el futuro, nos preguntamos por qué esa actitud. Hasta hace poco podríamos pensar que, en medio de tanta superabundancia material en que vivíamos, era difícil el recuerdo de lo humanamente bueno. Pero es que hoy, con un futuro de bienestar social mucho más incierto y amenazado, tampoco vemos raíces de esperanza.

¿Tendrán que ver estas reflexiones con el significado del tiempo de Adviento cristiano, que hoy comenzamos? Yo no lo dudo en absoluto. Adviento significa justamente la conexión entre memoria y esperanza que el hombre necesita. El Adviento quiere despertar en nosotros el recuerdo propio y el más hondo del corazón: el recuerdo del Dios que se hizo niño. Y ese recuerdo sana, ese recuerdo es esperanza. ¿Esperanza cierta o simple entretenimiento pasajero?

No, hermanos, la Iglesia en su Año Litúrgico nos proporciona no sólo recuerdo, sino nos anuncia acontecimientos, que sucedieron y suceden; son acontecimientos tan grandes que siguen produciendo en nosotros esperanza. He aquí algo grande de nuestra Liturgia: en la manifestación concreta de los tiempos sagrados y de los usos y costumbres, los grandes recuerdos de la humanidad, como es el nacimiento de Cristo, permiten también los recuerdos personales de nuestra propia historia de la vida. Seguramente cada uno de nosotros puede contar en ese sentido su propia historia de lo que significan para su vida los recuerdos festivos de la Navidad, de la Pascua o de otras celebraciones.

“Adviento” no significa, sin embargo, “espera”, como podría suponerse; significa “presencia”, o mejor dicho, “llegada”, es decir, presencia comenzada. Es esa presencia de Dios, que acaba de comenzar, aunque dure 20 siglos, pero que aún no es total, sino que está en proceso de crecimiento y madurez. Es presencia comenzada de Jesús, pero también tan sólo comenzada. Eso implica que el cristiano no mira solamente a lo que ya ha sido y ya ha pasado (el nacimiento de Jesús), sino también a lo que está por venir. Es demasiada luz como para no darle importancia. Preparemos o aceptemos la primera venida de Jesús para preparadnos a la segunda y definitiva. No lo hagamos sin emoción, indiferentes, aburridos: tenemos mucho que recordar y mucho que esperar.
+ Braulio Rodríguez Plaza
Arzobispo de Toledo
Primado de España

LA ADORACION NOCTURNA


Las vigilias de la antigüedad, primer precedente de la AN
 

Las vigilias mensuales de la Adoración Nocturna (=AN) continúan la tradición de aquellas vigilias nocturnas de los primeros cristianos, si bien éstos, como sabemos, no prestaban todavía una especial atención devocional a la Eucaristía reservada.
 

En efecto, los primeros cristianos, movidos por la enseñanza y el ejemplo de Cristo -«vigilad y orad»-, no sólamente procuraban rezar varias veces al día, en costumbre que dio lugar a la Liturgia de las Horas, sino que -también por imitar a Jesús, que solía orar por la noche (+Lc 6,12; Mt 26,38-41)-, se reunían a celebrar vigilias nocturnas de oración.
Estas vigilias tenían lugar en el aniversario de los mártires, en la víspera de grandes fiestas litúrgicas, y sobre todo en las noches precedentes a los domingos. La más importante y solemne de todas ellas era, por supuesto, la Vigilia Pascual, llamada por San Agustín «madre de todas las santas vigilias» (ML 38,1088).
 

En las vigilias los cristianos se mantenían vigiles, esto es, despiertos, alternando oraciones, salmos, cantos y lecturas de la Sagrada Escritura. Así es como esperaban en la noche la hora de la Resurrección, y llegada ésta al amanecer, terminaban la vigilia con la celebración de la Eucaristía. Tenemos de esto un ejemplo muy antiguo en la vigilia celebrada por San Pablo con los fieles de Tróade (Hch 20, 7-12).
 

Con el nacimiento del monacato en el siglo IV, se van organizando en las comunidades monásticas vigilias diarias, a las que a veces, como en Jerusalén, se unen también algunos grupos de fieles laicos. Así lo refiere en el Diario de viaje la peregrina española Egeria, del siglo V. En todo caso, entre los laicos, las vigilias más acostumbradas eran las que semanalmente precedían al domingo.
La costumbre de las vigilias nocturnas se hizo pronto bastante común. San Basilio (+379), por ejemplo, respondiendo a ciertas reticencias de algunos clérigos de Neocesarea, habla con gran satisfacción de tantos «hombres y mujeres que perseveran día y noche en las oraciones asistiendo al Señor», ya que en este punto «las costumbres actualmente vigentes en todas las Iglesias de Dios son acordes y unánimes»:
 

«El pueblo [para celebrar las vigilias] se levanta durante la noche y va a la casa de oración, y en el dolor y aflicción, con lágrimas, confiesan a Dios [sus pecados], y finalmente, terminadas las oraciones, se levantan y pasan a la salmodia. Entonces, divididos en dos coros, se alternan en el canto de los salmos, al tiempo que se dan con más fuerza a la meditación de las Escrituras y centran así la atención del corazón. Después, se encomienda a uno comenzar el canto y los otros le responden. Y así pasan la noche en la variedad de la salmodia mientras oran. Y al amanecer, todos juntos, como con una sola voz y un solo corazón, elevan hacia el Señor el salmo de la confesión [Sal 50], y cada uno hace suyas las palabras del arrepentimiento.
«Pues bien, si por esto os apartáis de nosotros [con vuestras críticas], os apartaréis de los egipcios, os apartaréis de las dos Libias, de los tebanos, los palestinos, los árabes, los fenicios, los sirios y los que habitan junto al Éufrates y, en una palabra, de todos aquellos que estiman grandemente las vigilias, las oraciones y las salmodias en común» (MG 32,764).
 

Las vigilias mensuales de la AN -también con oraciones e himnos, salmos y lecturas de la Escritura- prolongan, pues, una antiquísima tradición piadosa del pueblo cristiano, que nunca se perdió del todo, y que hoy sigue siendo recomendada por la Iglesia. Así en la Ordenación general de la Liturgia de las Horas, de 1971:
«A semejanza de la Vigilia Pascual, en muchas Iglesias hubo la costumbre de iniciar la celebración de algunas solemnidades con una vigilia: sobresalen entre ellas la de Navidad y la de Pentecostés. Tal costumbre debe conservarse y fomentarse de acuerdo con el uso de cada una de las Iglesias (71).
«Los Padres y autores espirituales, con muchísima frecuencia, exhortan a los fieles, sobre todo a los que se dedican a la vida contemplativa, a la oración en la noche, con la que se expresa y se aviva la espera del Señor que ha de volver: "A medianoche se oyó una voz: `¡que llega el esposo, salid a recibirlo´ (Mt 25,6)!; "Velad, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer o a medianoche, o al canto del gallo o al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos" (Mc 13,35-36). Son, por tanto, dignos de alabanza los que mantienen el carácter nocturno del Oficio de lectura» (72).
En este mismo documento se dan las normas para el modo de proceder de «quienes deseen, de acuerdo con la tradición, una celebraciòn más extensa de la vigilia del domingo, de las solemnidades y de las fiestas» (73).
 

Otros precedentes
Las vigilias de los antiguos cristianos, como sabemos, no tenían, sin embargo, una referencia devocional hacia la presencia real de Cristo en la Eucaristía. En este aspecto, los antecedentes de la devoción eucarística de la AN han de buscarse más bien en las Cofradías del Santísimo Sacramento, de las que ya hemos hablado, nacidas con el Corpus Christi (1264), y acogidas después normalmente a la Bula de 1539.
 

Son también antecedente de la AN las Cuarenta horas. Éstas tienen su origen en Roma, en el siglo XIII; reciben en el XVI un gran impulso en Milán, y Clemente VIII, con la Bula de 1592, las extiende a toda la Iglesia. Como las Cuarenta Horas de adoración en un templo eran continuadas sucesiva e ininterrumpidamente en otros, viene a producirse así una adoración perpetua.
 

Pero si buscamos antecedentes más próximos de la Adoración actual, los hallamos en la Adoración Nocturna nacida en Roma en 1810, con ocasión del cautiverio de Pío VII, por iniciativa del sacerdote Santiago Sinibaldi. Y en la Adoración Nocturna desde casa, fundada por Mons. de la Bouillerie en 1844, en París.
Pues bien, en su forma actual, la AN es iniciada, según vimos, en Francia por Hermann Cohen y dieciocho hombres el 6 de diciembre de 1848, con el fin de adorar en una iglesia, con turnos sucesivos, al Santísimo Sacramento en una vigilia nocturna.

LA ADORACION NOCTURNA EN ESPAÑA Y EL MUNDO

España conoce también en su historia cristiana muchas Cofradías del Santísimo Sacramento, agregadas normalmente a Santa Maria sopra Minerva, iglesia de los dominicos en Roma, y que durante el XIX se integran en el Centro Eucarístico. Pero la AN, como tal, se inicia en Madrid, el 3 de noviembre de 1877, en la iglesia de los Capuchinos.

Allí se reúnen siete fieles: Luis Trelles y Noguerol -está en curso su proceso de beatificación-, Pedro Izquierdo, Juan de Montalvo, Manuel Silva, Miguel Bosch, Manuel Maneiro y Rafael González. Queda la Adoración integrada al principio en el Centro Eucarístico.

En cuanto Adoración Nocturna Española (ANE) se constituye de forma autónoma en 1893. A los comienzos reúne en sus grupos sólamente a hombres, pero más tarde, sobre todo en los turnos surgidos en parroquias, forma grupos de hombres y mujeres. En 1977 celebra en Madrid, con participación internacional, su primer centenario.


La Adoración Nocturna en el mundo

La AN, iniciada en París en 1848 y en Madrid en 1877, llega a implantarse en un gran número de países, especialmente en aquellos que, cultural y religiosamente, están más vinculados con Francia y con España.
Alemania, Argentina, Bélgica, Benin, Brasil, Camerún, Canadá, Colombia, Costa de Marfil, Cuba, Congo, Chile, Ecuador, Egipto, España, Estados Unidos, Filipinas, Francia, Guinea Ecuatorial, Honduras, India, Inglaterra, Irlanda, Italia, Isla Mauricio, Luxemburgo, México, Panamá, Polonia, Portugal, Santo Domingo, Senegal, Suiza, Vaticano y Zaire.
Todas estas asociaciones de adoración nocturna, desde 1962, están unidas en la Federación Mundial de las Obras de la Adoración Nocturna de Jesús Sacramentado.

NATURALEZA Y FINES DE LA ADORACION NOCTURNA

Al describir en lo que sigue la AN, nos referimos concretamente al modelo de la AN Española. Pero lo que decimos vale también más o menos para ANFE y para otros países, especialmente para los de Hispanoamérica, ya que usan normalmente el mismo Manual.

La AN es una asociación de fieles que, reunidos en grupos una vez al mes, se turnan para adorar en la noche al Señor, realmente presente en la Eucaristía, en representación de la humanidad y en el nombre de la Iglesia.
Los adoradores, una vez celebrado el Sacrificio eucarístico, permanecen durante la noche por turnos ante el Sacramento, rezando la Liturgia de las Horas y haciendo oración silenciosa.

Fines principales
Los fines de la AN son los mismos de la Eucaristía. Son aquellos fines de la adoración eucarística ya señalados por la Bula Transiturus de 1264, por el concilio de Trento, por la Mediator Dei o en la Eucharisticum mysterium: adorar con amor al mismo Cristo; adorar con Cristo al Padre «en espíritu y en verdad»; ofrecerse con Él, como víctimas penitenciales, para la salvación del mundo y para la expiación del pecado; orar, permanecer amorosamente en la presencia de Aquel que nos ama...

Éstos fines son los que una y otra vez han subrayado los Papas al dirigirse a la AN:
«El alma que ha conocido el amor de su divino Maestro tiene necesidad de permanecer largamente ante la Hostia consagrada y de adoptar, en la presencia de la humildad de Dios, una actitud muy humilde y profundamente respetuosa» (Pío XII, Alocución a la AN, Roma, AAS 45, 1953, 417).

«La presencia sacramental de Cristo es fuente de amor. Amor, en primer lugar al mismo Cristo. El encuentro eucarístico es un encuentro de amor... Y amor a nuestros hermanos. Porque la autenticidad de nuestra unión con Jesús sacramentado ha de traducirse en nuestro amor verdadero a todos los hombres, empezando por quienes están más próximos» (Juan Pablo II, Alocución a la AN, Madrid 31-X-1982).

En la adoración eucarística y nocturna, los fieles se unen profundamente al Sacrificio de la redención -centro absoluto de la vigilia-, acompañan a Jesús en su oración nocturna y dolorosa de Getsemaní:
«Quedáos aquí y velad conmigo... Velad y orad, para que no caigáis en tentación... En medio de la angustia, él oraba más intensamente, y su sudor era como gotas de sangre que corrían sobre la tierra» (Mt 26,38.41; Lc 22,44).

Los adoradores alaban al Señor y le dan gracias largamente. Le piden por el mundo y por la Iglesia, por tantas y tan gravísimas necesidades.
«En esas horas junto al Señor, os encargo que pidáis especialmente por los sacerdotes y religiosos, por las vocaciones sacerdotales y a la vida consagrada» (Juan Pablo II, ib.).

Los adoradores, en las vigilias nocturnas, permanecen atentos al Señor de la gloria, el que vino, el que viene, el que vendrá.
«¡Felices los servidores a quienes el señor encuentra velando a su llegada!. Yo os aseguro que él mismo recogerá su túnica, les hará sentarse a la mesa y se pondrá a servirles. ¡Felices ellos, si el señor llega a medianoche o antes del alba y los encuentra así!» (Lc 12,37-38).

Los adoradores, perseverando en la noche a la luz gloriosa de la Eucaristía, esperan en realidad el amanecer de la vida eterna, de la que precisamente la Eucaristía es prenda anticipada y ciertísima:
«La sagrada Eucaristía, en efecto, además de ser testimonio sacramental de la primera venida de Cristo, es al mismo tiempo un anuncio constante de su segunda venida gloriosa, al final de los tiempos.

«Prenda de la esperanza futura y aliento, también esperanzado, para nuestra marcha hacia la vida eterna. Ante la sagrada Hostia volvemos a escuchar aquellas dulces palabras: "venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, que yo os aliviaré" (Mt 11,28)» (Juan Pablo II, ib.).

ESPIRITU DE LA ADORACION NOCTURNA

La AN, tras siglo y medio de existencia, tiene un espíritu propio, que está expresado no sólamente en sus Estatutos, aprobados en cada país por la Conferencia Episcopal, sino también en una tradición viva, que trataremos de plasmar a través de varias palabras clave.

-Vocación.
En la Iglesia todos tienen que amar y ayudar a los pobres, pero no todos tienen que trabajar en Caritas o en instituciones análogas; eso requiere una vocación especial. En la Iglesia todos tienen que rezar y ayudar a las misiones, pero no todos tienen que irse misioneros; sólo aquellos que son llamados por Dios. Etc.
En la Iglesia todos tienen que adorar a Cristo en la Eucaristía. Evidente. No serían cristianos si no lo hicieran; y en las Misas se hace siempre. Pero no todos están llamados a venerar especialmente la presencia de Cristo en la Eucaristía, y menos en una larga permanencia comunitaria, nocturna, orante, litúrgica, penitencial. Para eso hace falta una gracia especial, que reciben cuantos fieles cristianos se integran en la AN -o en otras obras análogas centradas en la devoción eucarística-.

-Fidelidad personal a la vocación.
 No se ingresa en la Adoración por una temporada. Al menos en la intención, el cristiano ha de integrarse en la AN para siempre. Entiende que Dios le ha llamado a ella con una vocación especial; y que, por tanto, es un don gratuito que el Señor no piensa retirarle, pues quiere dárselo para siempre. En efecto, «los dones y la vocación de Dios son irrevocables» (Rom 11,29).

Los Estatutos prescriben la obligación de asistir a las 12 vigilias mensuales, más a las 3 extraordinarias de Jueves Santo, el Corpus Christi y Difuntos. Pero aún más fuertemente los adoradores se ven sujetos a la perseverancia por un amor que quiere ser fiel a sí mismo, y también por una tradición de fidelidad muy frecuente. Ha habido adoradores que en cincuenta años no han faltado a una sola vigilia. Si por viaje, enfermedad o por lo que sea no pudieron asistir a su turno, acudieron otro día a otro, como está mandado. En cualquier turno tenemos veteranos cuya fidelidad conmovedora está diciendo a los novatos: "si no piensas perseverar fielmente en la Adoración, no ingreses en ella. Acompáñanos en las vigilias siempre que quieras, pero no te afilies a la Adoración Nocturna si no piensas perseverar en ella".

-Fidelidad comunitaria al carisma original.
De la Cartuja se dice nunquam reformata, quia nunquam deformata. Algo semejante podría decirse de la AN: no ha sido reformada desde su origen, porque nunca se ha deformado. Su misma sencillez -de la que en seguida hablaremos- hace posible su perduración secular.

En 1980, en la introducción a las Bases doctrinales para un ideario de la AN, Salvador Muñoz Iglesias, consiliario nacional de ANE, escribe: «La Adoración Nocturna en España cumplió cien años [en 1977] sin perder su identidad. Mejor diríamos: cumplió cien años porque no perdió su identidad, porque supo ser fiel al ideario que le diera origen». Observación muy exacta..

Cuando el concilio Vaticano II trata de la renovación de los institutos religiosos señala como uno de los criterios decisivos la fidelidad al carisma original: «manténgase fielmente el espíritu y propósitos propios de los fundadores, así como las sanas tradiciones» (PC 2). Una Obra de Iglesia, como lo es la AN, ha de crecer y crecer siempre como un árbol: en una fidelidad permanente a sus propias raíces.

-Penitencia.
Espíritu de expiación y reparación por los pecados propios y los del mundo. La Eucaristía es un sacrificio de expiación por el pecado del mundo, y no se puede participar verdaderamente de ella sin un espíritu penitencial. En la Eucaristía -tanto en el Sacrificio como en el culto al Sacramento- nos ofrecemos con Cristo al Padre como víctimas expiatorias.

Ya vimos que muchas de las Cofradías del Santísimo más antiguas, como las del siglo XIII, se llamaban Cofradías de Penitentes. También vimos que, concretamente, la Adoración Nocturna ha iniciado su vida coincidiendo con episodios muy duros del Papado. Así fue como se formaron aquellas cofradías y así nace también la AN.

Hay muchos pecados en el mundo y en la Iglesia por los que expiar. Los adoradores, precisamente por su espiritualidad eucarística -sacrificial, por tanto, victimal-, se sienten muy llamados a expiar por los pecados propios y ajenos, sobre todo por los pecados contra la Eucaristía. En los pueblos cristianos, concretamente, muchas blasfemias se dirigen contra ella; muchísimos bautizados viven habitualmente alejados de la Misa, de la comunión, de toda forma de devoción a la Eucaristía... como si pudiera haber vida cristiana que no sea vida eucarística.

En América, el párroco admirable de una enorme parroquia, comentando unos malos sucesos, nos decía: «Las cosas están mal. Hay muchos males y mucho pecado. Voy a hacer todo lo posible para establecer en mi parroquia la Adoración Nocturna». Es un hombre de fe. Se ve que entiende el mundo y la misión que en él debe cumplir.

Sin un espíritu penitencial firme no se puede perseverar en la AN un mes y otro, año tras año, con frío o calor, con indisposiciones corporales o cansancios, con disgustos y preocupaciones, con viajes, espectáculos y fiestas. Sin espíritu penitencial, no puede haber fidelidad perseverante al compromiso de la Adoración, libremente asumido por amor a Cristo, a la Iglesia y al mundo. Se participará en sus vigilias unas veces sí, otras no, subordinando la asistencia a cualquier eventualidad. Y se acabará en la deserción. Es el amor, el amor capaz de cruz penitencial, el único que tiene fuerza para perseverar fielmente.

-Diversidad de miembros.
En una Misa parroquial se reúnen feligreses de toda edad y condición, pues la Eucaristía -así se entendió desde el principio- es precisamente el sacramento de la unidad de la Iglesia: «siendo muchos, somos un solo cuerpo, porque todos participamos de un solo pan» (1Cor 10,17). Pues bien, es también característico de la Adoración Nocturna, desde sus inicios, que en sus turnos se reúnan en grata fraternidad jóvenes y ancianos, personas cultas y otras ignorantes, médicos, zapateros, funcionarios, campesinos, todos unidos en la celebración, primero, y en la adoración después de la Eucaristía, el sacramento de la unidad.

En un Discurso al Congreso de Malinas, en 1864, el padre Hermann hacía notar que la AN, que obtuvo un rápido desarrollo en Inglaterra, hubo de superar en primer lugar un clasismo cerrado, muy arraigado en aquellas gentes: «La Adoración Nocturna encuentra serios obstáculos en el carácter, costumbres e ideas de este pueblo esencialmente dado a las comodidades materiales, y en el que el respeto por las desigualdades sociales hace muy difícil la fusión de las diferentes clases de la sociedad. Si un inglés de alta alcurnia necesita tener una virtud casi heroica para pasar parte de una noche descansando sobre un colchón duro en exceso, junto a un obrero o al lado de un pequeño comerciante, a éstos no les cuesta menos hallarse en un mismo pie de igualdad tan completa con el gran señor» (Sylvain 246).

-Gente sencilla.
Por supuesto, hay en la Adoración cristianos muy cultos, económicamente fuertes, políticamente importantes, etc. Pero, ya desde sus comienzos, es evidente que la mayoría de sus miembros son personas socialmente modestas.

Los primeros adoradores de Jesús, el Emmanuel, Dios-con-nosotros, son María y José: personas modestas. Y en seguida, avisados por los ángeles, acuden a adorarle unos pastores: gente humilde. Más tarde, conducidos por la estrella, llegaron los «magos», grandes personajes... Y así viene a ser siempre.

En el Cincuentenario de la AN en Francia, Mr. Cazeaux, en la Memoria, hacía recuerdo de aquel primer grupo de diecinueve adoradores, en su mayoría gente muy modesta. «¿A quién se dirige [nuestro Señor] para realizar sus designios, especialmente para la realización de las obras que más caras le son, que más le interesan? A los pequeños, a los humildes, a los menospreciados por el mundo. Claro está que veremos también [en la AN] a personas notables y distinguidas, pero el grueso de la tropa se compone de simples empleados y de obreros ignorados por el mundo.

«Y todavía continúa siendo lo mismo. Entre todas las parroquias de París, las más fervientes y las que dan el mayor número de adoradores son las parroquias de los arrabales. En ellas los obreros, que todo el día se han afanado en el trabajo, no regatean la noche a Nuestro Señor, y se ve a algunos que dejan la adoración de madrugada, antes de la primera Misa, que ni siquiera pueden oír, porque deben hallarse temprano en la reanudación del trabajo» (Sylvain 432-433).

-Sencillez.
En la AN todo es muy sencillo. Ésa es una de las razones por la que se manifiesta válida para personas, para espiritualidades y para naciones muy diversas.

Es muy sencilla -sustancial y universal- la doctrina espiritual que la sustenta. De hecho, es asumida por personas de filiaciones espirituales muy diversas. Es sencilla su organización interna: un Consejo Nacional, un Consejo Diocesano, presidentes de sección, jefes de turno.

Es sencilla la estructura de sus vigilias nocturnas: breve reunión, rosario y confesiones, santa Misa, turnos de vela en los que se alterna el rezo de las Horas y la oración en silencio, más una Bendición final.
Antes hemos citado al Vaticano II, que exige a los institutos religiosos un retorno constante «a la primitiva inspiración». Pero el concilio también les exige para su adecuada renovación «una adaptación a las cambiadas condiciones de los tiempos» (PC 2). Pues bien, por lo que se refiere a los modos de celebrar las vigilias nocturnas de la Adoración, se comprende que unas celebraciones tan perfectas en su sencillez hayan perdurado en su forma durante tantos años.

Al menos en lo substancial, ¿qué habría que añadir, quitar o cambiar en un orden tan armonioso, tan simple y perfecto, y tan probado además por la experiencia?... Cristianos ajenos a la AN sienten, a veces, la necesidad de introducir en ella grandes cambios. Pero, curiosamente, quienes son miembros de ella y la viven, normalmente, no sienten la necesidad de tales cambios, sino que se sienten muy bien en ella, tal como es.

Algunos cambios, sin embargo, se han hecho al paso de los años, y se han cumplido, sin duda, en buena hora: paso del latín a la lengua vernácula, abandono progresivo de algunos símbolos militares o cortesanos perfectamente legítimos, pero que han ido quedando alejados de la sensibilidad de nuestro tiempo.
Si la AN acentuase ciertos aspectos de la espiritualidad cristiana -lo que, por otra parte, sería perfectamente legítimo: en tantas obras católicas se dan, por la gracia de Dios, esas acentuaciones-, vendría a ser un camino idóneo para ciertas espiritualidades, pero no para otras; para ciertos tiempos o lugares, pero no para otros.

Por el contrario, la noble sencillez de la AN, en sus líneas esenciales, es idónea para acoger -y de hecho acoge- a personas, grupos o naciones de muy diversos talantes y espiritualidades. Concretamente, el orden fundamental de sus vigilias, tanto por la calidad absoluta de sus ingredientes -Misa, adoración del Santísimo, rezo de las Horas, oración silenciosa, permanencia nocturna-, como por el orden armonioso que los une, goza de una perfecta sencillez, que le permite perdurar pacíficamente al paso de los años y de las generaciones en muchas naciones.

VIGILIAS MENSUALES

Las vigilias mensuales se celebran normalmente en una iglesia fija, que puede ser una parroquia, un convento o a veces, donde existe, el oratorio propio de la AN. Y tienen «una duración mínima de cinco horas de permanencia, incluida la santa Misa». En ocasiones, ese tiempo se verá reducido, cuando, por ejemplo, es el grupo muy pequeño y no es posible establecer varios turnos sucesivos de vela.

En la vigilia un sacerdote celebra la Eucaristía y, si le es posible, administra antes el sacramento de la penitencia a los adoradores que lo desean, les acompaña en la vigilia, y da la bendición final con el Santísimo. Está prevista, sin embargo, la manera de celebrar vigilias sin sacerdote, allí donde por una u otra razón no hay uno disponible.

Notas esenciales de la AN son tanto la nocturnidad como la adoración prolongada, que para poder serlo se realiza normalmente en turnos sucesivos. Es la modalidad tradicional que el mismo Ritual de la Iglesia recomienda, en referencia a comunidades religiosas:

«Se ha de conservar también aquella forma de adoración, muy digna de alabanza, en la que los miembros de la comunidad se van turnando de uno en uno o de dos en dos, porque también de esta forma, según las normas del instituto aprobado por la Iglesia, ellos adoran y ruegan a Cristo el Señor en el Sacramento, en nombre de toda la comunidad y de la Iglesia» (90).

Las vigilias de la AN se desarrollan siguiendo un Manual propio que es bastante amplio y variado -la edición española tiene 670 páginas-, en el que se incluyen un buen número de modelos de vigilias, siguiendo los tiempos litúrgicos, en las diversas Horas. Recoge también otras oraciones y cantos.

DIOS LO QUIERE

Actualmente la AN en unos lugares crece y florece, y en otros languidece y disminuye. Esta alternativa puede explicarse sin duda por condicionamientos externos, por situaciones de Iglesia, como los que hemos considerado antes al hablar de la sacralidad y la secularización. Pero aún más se debe a causas internas, es decir, al espíritu de los mismos adoradores. En éstas centramos ahora nuestra atención.

La AN decae y disminuye allí donde el amor a la Eucaristía se va enfriando en sus adoradores; donde una adoración de una hora resulta insoportable; donde los adoradores, entre una y otra vigilia, no visitan al Señor en los días ordinarios; donde la oración es muy escasa, y no se pide suficientemente a Dios nuevas vocaciones de adoradores, ni se procuran éstas con el empeño necesario; donde se acepta con resignación que las iglesias estén siempre cerradas, aún allí donde podrían estar abiertas...

Los adoradores que están en este espíritu aceptan ya, sin excesiva pena, la próxima desaparición de la AN en su parroquia o en su diócesis, atribuyendo principalmente esa pérdida a causas externas, sobre todo a la falta de colaboración de ciertos sacerdotes. Y no se dan cuenta de que son ellos mismos, los adoradores con muy poco espíritu de adoración, los que amenazan disminuir la AN hasta acabar con ella.

La AN, por el contrario, crece y florece allí donde los adoradores mantienen encendida la llama del amor a Jesús en la Eucaristía, y viven con toda fidelidad las vigilias tal como el Manual y la tradición las establecen; allí donde los adoradores adoran al Señor no sólo de noche, una vez al mes, sino también de día, siempre que pueden; allí donde piden al Señor nuevos adoradores con fe y perseverancia; allí donde difunden la devoción eucarística y procuran con todo empeño que las iglesias permanezcan abiertas...

Donde más se necesita actualmente la AN -o cualquier otra obra eucarística- es precisamente allí donde la devoción a la Eucaristía está más apagada. Allí es donde más quiere Dios que se encienda poderosa la llama de la AN. Si los adoradores, fieles al Espíritu Santo, con oración y trabajo, procuran el crecimiento de la Adoración, empezando por vivirla ellos mismos con toda fidelidad, la AN crece: ellos plantan y riegan, y «es Dios quien da el crecimiento» (1Cor 3,6).

Dios ha concedido por su gracia a la Adoración Nocturna ciento cincuenta años de vida en la Iglesia. Que Él mismo, por su gracia, le siga dando vida